jueves, febrero 12, 2009

Interminable

Un día más sin dormir, se decía mientras desplegaba las cortinas lentamente para no dañar las retinas tristes, la vista lo era más aún, vacío eterno, un gran terreno desértico.
Con parsimonia caminó al baño, aliviando en él la espera de los años.
El grifo abierto dejaba caer el agua fría, fría como tu aquel día, fría como la tarde en que te despediste con un beso en mi mejilla, con tus sueños envueltos en papel de regalo, ridículamente tierna, intensamente tierna, ¿porqué?. ¿Cómo se puede guardar la vida en un par de maletas?, se puede dijo en voz alta, ella lo hizo.

Caminó hacía la puerta, donde me encontraba situado en mi trinchera rodeado de la mesa y unas cuantas sillas, dispuesto a no dejarla ir, apartó con la mirada los obstáculos y se acercó con su caminar de gata elegante, torciendo la boca en un gesto de suficiencia que me volvió loco, la cogí del brazo, ella no me detuvo, la subí en la mesa y la hice mía, pude sentir que ella también lo deseaba, sin palabras, me miraba; aún ahora por la noche me despierta su mirada, no puedo alcanzar a decifrarla.

Transtornado aún la abracé lo más fuerte que su delicado cuerpo me permitió, la escuché suspirar, acomodó su cabello en un ademán rápido, igual que su ropa, como si nada hubiera pasado, se acercó lentamente y me besó en la mejilla, se abrió paso entre mi desesperación y la puerta, anduve sin pensar atravesando la sala, en dirección de nuestra ventana, la vista se me antojó inusualmente cálida, y el estofado aun borboteando salió volando a toda prisa por los vitrales, caía haciendo movimientos imposibles, la cacerola hizo un ruido sordo al tocar fondo, igual yo.